¿Sabes cuál es el problema?

¿Sabes cuál es el problema? Que intentamos arreglar por fuera lo que no está bien por dentro. Y ya sabemos que la casa no se arregla por el tejado, sino que se construye por los cimientos. Que pensamos que la vida nos viene dada, que somos simples marionetas que otros manejan a su antojo. Que pensamos que debemos aceptarnos ser aceptados por ello. Pero no es así, tenemos el gran poder de cambiar todo aquello que nos definió y no nos representa en absoluto. Somos seres en constante cambio y evolución, no podemos limitarnos a aceptar lo que fuimos sin revisarlo hasta llegar a lo que queremos llegar a ser.

No es fácil, por supuesto que no lo es. Aceptar que somos los únicos y verdaderos responsables de nuestra vida supone un gran cambio de actitud ante la vida. Supone tomar las riendas, escoger, elegir, decidir, rechazar lo establecido y buscar opciones nuevas. También supone arriesgar y, a veces, la palabra arriesgar se nos queda grande y el verbo vivir demasiado pequeño. Vencer el miedo. Aprender a decir NO tantas veces como sea necesario. Actuar conforme a nosotros mismos, a nuestro mundo interior, sentir que estamos en consonancia, que nuestra alma vibra y nuestra esencia brilla.

Deberíamos hacer más aquello que nos apasiona, aquello que nos hace ser diferentes, especiales, únicos. Dejarnos llevar por nuestros impulsos. Abrir nuestro corazón. Deslumbrar al mundo con nuestra luz. Pero no lo hacemos. Lo dejamos para mañana y nos frustramos cuando ese mañana nunca llega.

¿Sabes cuál es el problema? Que no vivimos, en absoluto. Que no estamos dispuestos a renunciar a nuestra vida por algo incierto. Que vivimos de espaldas a la vida. Al mundo. Que no confiamos en nosotros mismos. Que nos escondemos. Que nos asustamos y huimos de lo incierto. Que soñar nos sale caro por lo poco que luchamos por nuestros sueños. Que vivimos esclavos del miedo, de la rutina, de nuestro propio yo. Que, de vez en cuando, se nos olvida quiénes somos, lo que valemos y lo que merecemos. ¿Y lo peor? Que nos hemos acostumbrado a vivir así.

Pero hoy no venía a hablarte de problemas, quería hablarte, más bien, de soluciones. Venía a decirte que nunca es tarde para apostar por ti mismo. A recordarte lo que vales. Lo que valen tus sueños, tu vida y tú mismo. A decirte que la solución siempre está y estuvo siempre dentro de ti. A animarte a dejar de buscar y dejarte un poco encontrar.

Sé que siempre quisiste hacerlo. Pero siempre hay un pero. Una excusa. Un “¿y sí?”. Siempre habrán personas que te harán creer que no es el camino. Porque ellas también tienen miedo a que caigas. Porque ellas, quizá, no ven el mundo con tus ojos. Porque algunas no se atreven a dejarte brillar no vaya a ser que brilles un poco más que ellas. Pero lo que no saben es que todos tenemos derecho a ser felices y vivir completos. O puede que lo sepan, pero busquen hacerte sombra. Busquen que tropieces para reírse de tu torpeza. Pero no saben que las caídas son pequeños golpes de suerte. Pequeños signos de humanidad, y no debilidad. Y nos hacen cada vez más fuertes hasta convertirnos en invencibles.

Acércate más a aquellas personas que sean capaces de ver la belleza que reside en tu interior. Que te miren por dentro, y no por fuera. Que te impulsen a seguir avanzando cuando te sientas sin fuerzas. Que te empujen, de vez en cuando, a saltar al vacío. Que crean en ti. Que no te juzguen. Que escuchen tus silencios tanto como tus palabras.

Y aléjate de aquellos que ya demostraron no estar a la altura de tu vuelo. Que no supieron entenderte y te juzgaron fácilmente. Que te miraron por encima del hombro. Que desaparecieron al verte frágil e indefenso. Que nunca te entendieron ni hicieron nada por llegar a hacerlo. Que te mintieron. Que aparecieron sólo cuando las cosas iban bien para preguntarte por el secreto. Cuídate de los que se escondieron al verte asustado porque estaban más asustados que tú.

Pronto comprenderás que la vida es mucho más fácil. Caerás en la cuenta que el problema no estaba en ti, ni en ellos, ni en nada, ni en nadie, porque no existe ningún problema más allá de nuestras ganas de aferrarnos a ellos para no crecer. Para no creer. Para no querer(nos) tanto como merecemos.

¿Sabes cuál es el problema? Que, por centrarnos tanto en nuestros supuestos problemas, hemos olvidado dar con las soluciones. Que nos hacemos demasiadas preguntas sin saber que las respuestas las llevamos dentro.

Y ahora, ¿sabes cuál es la solución?

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